sábado, 11 de abril de 2020

Canciones para la primavera árabe

La voz de la primavera árabe quiere volver a sonar en su tierra

La cantante Emel Mathlouthi recorre medio mundo con sus canciones, pero lamenta no tener más visibilidad en el Túnez posrevolucionario

La cantante Emel Mathlouthi en Madrid, el pasado 7 de abril.
La cantante Emel Mathlouthi en Madrid, el pasado 7 de abril.  EL PAÍS
Su nombre significa “esperanza” en árabe. Ese mismo sentimiento que Emel Mathlouthi (Túnez, 1982) supo transmitir a la juventud tunecina anhelante por reconquistar la libertad perdida bajo el régimen de Ben Ali. La canción Kelmti Horra (Mi palabra es libre), interpretada de forma espontánea durante las protestas de la Revolución de los Jazmines en 2011, dio la vuelta al mundo convirtiéndola en “la voz de la primavera árabe”. Siete años después, las composiciones de la artista, principalmente en árabe y con influencias que van de la canción protesta al heavy metal pasando por el trip-hop, escapan a cualquier intento de clasificación. Mezcla de ritmos electrónicos y de instrumentos tradicionales tunecinos, la música de Mathlouthi es libre y su afán por experimentar y reinventarse es constante. Sus vibrantes letras se escuchan hoy en los escenarios de medio mundo, pero lamenta no tener más visibilidad en su país, donde solo ha actuado una vez en los últimos seis años.
“Prefiero guardar una relación intacta con Túnez. A veces estoy enfadada y a veces no. Quedan muchas cosas por hacer”, explica Mathlouthi de paso en Madrid en el marco de una gira internacional. La artista de 35 años afincada en Nueva York vive en sus carnes el dicho de que nadie es profeta en su tierra. Siente que sus creaciones siguen sin ser aceptadas por las autoridades, pero se consuela con la admiración que le profesan muchos compatriotas: “Me respetan mucho y aunque me gustaría hacer giras y que pusieran mis canciones en la radio, saber que cuento con el apoyo de mi gente es fundamental”, confiesa la artista que dice llegar a los tunecinos a través de las redes sociales.
El Ministerio de Cultura y la emisora pública Radio Túnez Canal Internacional (RTCI) aseguran que sus canciones suenan “con frecuencia” en RTCI e insisten en que Mathlouthi fue invitada en 2017 a uno de los festivales “más importantes” de la escena musical tunecina. Ambos alegan que la poca visibilidad de la cantante se debe sobre todo a su alejamiento geográfico. “Como no vive aquí”, explica Hatem Bourial, productor de RTCI, “no tiene un gran público y si no suena en otras radios es por razones editoriales, no políticas”.
Sin embargo, el pasado verano fue el clamor popular el que precisamente forzó a reponer el nombre de la cantautora en el cartel del Festival Internacional de la ciudad de Cartago, que previamente había cancelado su actuación. Entonces Mathlouthi, que llevaba cinco años sin cantar en Túnez, denunció públicamente el “boicot” y las “barreras invisibles” que le impedían conectar con su audiencia y se sintió traicionada por no recibir el reconocimiento de la nación que representó en la ceremonia de los premios Nobel de La Paz de 2015, cuando el galardón recayó en cuatro organizaciones de la sociedad civil tunecina. “Estoy harta de que se quiera hacer creer que boicoteo a Túnez y que actúo en todas partes salvo en mi país por elección propia. ¿Por qué siempre tienen que hacernos sentir que no somos bienvenidos en nuestro propio país? Seis años después de la revolución, las ideas tienen que poder tener derecho a nacer e inspirar a los demás. Pido justicia”, escribió en un comunicado publicado en Facebook.
“Muchos artistas lo intentan, pero todo sigue siendo muy opaco y difícil. Quizá hayan 10.000 Britney Spears, pero no podrían ir a ninguna parte”
La joven tunecina, que floreció como intérprete en la adolescencia con un grupo de heavy metal en un circuito underground de pequeños festivales y teatros, conoce bien las limitaciones a las que se enfrentan los que quieren romper con las tradiciones. “No había estructuras para producir o apoyar el tipo de música que hacíamos, ya sea debido al tipo de letras o por salirnos del canon [de la música tradicional árabe]”, recuerda la intérprete que lamenta la persistencia de dificultades que aún encuentran muchos artistas tunecinos: “Muchos lo intentan, pero todo sigue siendo muy opaco y difícil. Quizá haya 10.000 Britney Spears, pero no podrían ir a ninguna parte”.
Las trabas, sin embargo, no han conseguido frenar la carrera de una cantante que, bajo la influencia de Joan Baez, Elisa Serna o el egipcio Sheikh Imam, nunca ha temido romper esquemas. En Ensen (Humanos) (2017), su último álbum bendecido por la crítica internacional, Mathlouthi encontró en la electrónica la libertad creativa que siempre ha perseguido: “Este género te da posibilidades infinitas”, explica, “cómo un químico que estaría en un laboratorio buscando fórmulas para hacer algo que tenga una relevancia y sea diferente”. El disco, un auténtico ovni musical producido por Valgeir Sigurðsson (Bjork, Sigur Rós), mezcla sonidos grabados a partir de instrumentos tradicionales tunecinos como el bendir (percusión) o el laúd (guitarra) con los ritmos contundentes de los sintetizadores.
La artista es consciente de que se ha alejado de un primer álbum, Kelmti Horra (2012), concebido con un sentido de responsabilidad hacia su país. En las nuevas composiciones ha hecho de su canto a la libertad un tema más universal, tras viajar a países como Kurdistán, Irak, Irán o Egipto. “He conocido personas, audiencias y culturas muy diferentes que han contribuido a moldear mi arte y a abrir mi mensaje”, cuenta Mathlouthi que se define ante todo como una “militante de la empatía”. Un sentimiento que la ha llevado a abordar temas como la discriminación que sufre el colectivo LGBTI o el drama de los refugiados e incluso a participar en el valiente y premiado documental del director iraní Ayat Najafi, No land´s song (2014), en el que junto a otras cantantes intenta montar un concierto de mujeres en Teherán pese a la prohibición.
En escena, la fascinación que ejerce la carismática intérprete sobre el público es palpable. La barrera del idioma desaparece abriendo paso a la pura emoción. Durante su actuación en el festival Ellas Crean, entre una audiencia hechizada por su suave y poderosa voz, más de una persona acabó derramando lágrimas ante una música que su creadora concibe como una “ascensión a los cielos”

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