La muerte nos rodea en estos
días, la muerte, la Catrina, la cara oculta en la que desde occidente nos
negamos a mirar a la cara, negando su existencia, entra en nuestras casas cada
día con las noticias en las que nos informan del número de fallecidos que hoy
tenemos en España, en el mundo… Cifras, números de curados que son la
esperanza, de infectados o contagiados que son posibles fallecidos mañana, o
pasado.
Pero detrás de esos números hay
personas, con nombres y apellidos, hay familias que no se han podido despedir
de sus seres queridos como les hubiese gustado, como hubiesen necesitado para
poder ir elaborando el duelo por sus seres amados. El dolor es inevitable, el
sufrimiento es opcional, como dicen los sabios de oriente, pero ese aprendizaje
es uno de los que se adquieren en la vida, tras muchas pérdidas, tras mirar la
muerte como un fenómeno natural que forma parte de la vida. Venimos solos,
salimos al mundo y solos nos iremos. Solos, nunca esta soledad ha sido
decretada por los Estados, impuesta. En otros momentos a lo largo de la
historia muchas personas han muerto solas, claro está, pero por circunstancias
que no son las frecuentes, las de la mayoría. ( Me vienen a la memoria los
ancianos que mueren solos en los países del norte de Europa que viven solos y
mueren solos, hasta que el olor de la putrefacción de sus cuerpos hace patente
su fallecimiento para los vecinos nadie se da cuenta de que han muerto, mueren
millares de emigrantes en naufragios de pateras en el Mediterráneo pero mueren
juntos por cientos, han matado a pueblos enteros, todos los genocidios… ) Pero
ahora los Estados decretan unas medidas sanitarias que nos impiden acompañar a
los hijos, a los abuelos, a los padres, a las madres en su lecho de muerte en
las camas de hospitales. Se van en silencio, acompañados quizás por la angustia
de los sanitarios desbordados, de los otros enfermos que en la cama de al lado
escuchan la última inspiración. Y eso es tan doloroso, tan traumático que
necesitaremos mucha resiliencia para seguir adelante desde este occidente que
niega la muerte, vive de espaldas a ella, y la Catrina nos caza a lazo.
Comenzó este confinamiento y para
mí fue la peor semana de mi vida esa esa semana en que solo a través del
teléfono podía acompañar a mi querida Hanzada. Ella es una niña de nueve años
recién cumplidos, que lleva un año luchando contra un cáncer. Una niña que
nació en Siria dos días antes de que comenzase la guerra en su país. Ha sufrido
con su familia el duro viaje de llegar a Europa, como refugiada, su periplo
desde Siria a Turquía donde estaba su otra tía y donde se quedaron ya los tres
juguetes con que habían partido. De ahí a Grecia en una patera, junto a la suya
naufragó otra, de la que su hermano mayor ( dos años más que ella) sacó a un
bebé del agua helada y devolvió a la vida). En Grecia, dos años en Tesalónica
en un campo de refugiados donde los excrementos de los pájaros caían sobre su
comida, y de ahí a España, de aquí a Alemania donde está otro tío de la
familia, pero los deportan y poco a poco vuelven a disgregar a ese núcleo
familiar: abuela, tío, madre, y tres niños. Vuelven a reunirse en España y su
periplo acaba para ella en Oviedo donde descansa en paz, (en el cementerio que
veo en el horizonte por la ventana de mi cocina), tras vivir en La Felguera,
donde nuestras vidas se cruzan para siempre.
Fue mi alumna más despierta, la
alumna con más deseos de aprender que he tenido nunca, una familia que apenas
habla español, y los niños son la luz que va ayudando a todos a seguir
adelante. No entender lo que pasa, lo que te dicen es terrible, es durísimo y
sobre todo cuando estás en un hospital y no entiendes con precisión qué te
dicen los médicos sobre lo que le pasa a tu hija. Yo no sé hablar árabe, pero
sé lo suficiente para saber que una persona que procede de Siria entiende más a
o menos lo que le dice un intérprete marroquí, pero hay cosas que se escapan.
La soledad es despiada, no puedes construir tu esperanza, la red que te
sostiene se teje con gestos, con acciones, con canciones, con tonos de voz que
llegan a través del móvil. Cuantas semanas pasó mi niña hospitalizada sin poder
ver a sus hermanos, y sus hermanos no entendían por qué no podían verla. Y les
expliqué una y mil veces lo que eran los virus, la inmunodeprimida por los
tratamientos que luchaban contra ese tumor feroz que arrebataba la infancia a
una niña cuyo cuerpo se transformaba a merced de unas hormonas, de unas
informaciones en las glándulas que aceleraban su organismo haciendo que
sintiera los cambios de la adolescencia en su cuerpo. Su voz me llegaba cada
vez que ingresaba pidiéndome que fuer a
verla si podía y corría hasta su cama, a pesar de todo el rechazo que
siento por los hospitales y no veía forma de irme, de dejarlas allí a madre e
hija en aquella habitación del que no salían durante semanas. Y claro la
tristeza que sentí fue tan grande, veía el deterioro, la negación del mismo, la
crudeza de la enfermedad, lo doloroso que era afrontar los cambios y la rabia
por no ser capaz de lograr que fuese más fácil transitar por ese camino. Y mi
querido Abdul Rehman notó mi tristeza, con él y su hermano estábamos en el
proceso de aprender español en Mieres, en aquel sótano… y él me preguntó: -
¿Qué te pasa profe? No estás bien, ¿qué pasa?- Y las lágrimas brotaron solas,
me caían no podía contenerlas mientras le contaba y rodaron por las mejillas de
los dos, sin contención como un bálsamo. Él me dijo: - Tú puedes ayudarles, yo
voy a rezar por ella. Voy a mandar una oración para ella.
Y me envió la sura del Corán en
la que se reconocen como creyentes todos los musulmanes uniéndolos, por encima
de sus nacionalidades. Y esa sura que le envié me ayudó a descubrir que estaban
solos, que a pesar de llevar ya seis meses en La Felguera la comunidad
religiosa en la que podían encontrar cierto apoyo no existía porque un hombre
de una ONG se había encargado de aislarlos, para sacar un beneficio propio. Los
acontecimientos se sucedieron y la madre de Hanzada, una mujer muy fuerte logró
desembarazarse de este hombre que venía envuelto en amabilidad y suavidad. La
red se expandió y al menos volver al salat a la oración en los momentos
tan difíciles es el único consuelo, donde en esta religión además la
comunicación es directa sin intermediarios. La abuela sigue rezando aferrada a
su rosario, pasando cuentas sin saber casi nada de español.
Pasaron los meses y seguimos el
proceso hasta llegar a esta última semana, en la que construí un jardín para mi
Hanzada, un jardín con flores que el enviaba cada día dibujadas, por mí
y por otras amigas que colaboraron y fui enviando a través del wasap y se
recogían en el blog: https://castellano2lengua.blogspot.com/search/label/EL%20JARDIN%20DE%20HANZADA
Esa semana la viví con
sobresaltos, intuía que el final se acercaba, que en aquellas palabras de su
hermano, de su madre estaban escondidas otras como fallos renales, como
metástasis,… desenlaces. Y pedía que no sufriera, que pasara de un sueño a
otro, que se apagara con serenidad, sin dolor. Se fue adormilando, se fue yendo
poco a poco, hasta que los últimos dos días la llevaron al hospital. Su madre y
ella solas, en una habitación del HUCA sin poder ir allí por este
confinamiento. Dos días y dos noches sin dormir, con emoticonos en el wasap que
lo expresan todo:
Y en esos momentos tan duros,
donde la realidad se impone a cualquier expresión lingüística, al no poder
sentir el calor de un abrazo sólo la música, y el tono de las palabras nos
acogen, nos acunan y gracias a Abdul Rehman llegaron las suras que piden
mejorar en la voz de Abdul. Y al día siguiente durante el entierro al que solo
pudieron acudir su madre y su tío la voz de Abdul estuvo allí con el imán como
plegaria. Ese gesto desinteresado, que brota de la gran capacidad que tiene
Abdul trae consuelo, cobijo en los momentos más duros que puede vivir una
madre, que es tener que enterrar a una hija. A mí me ayudó escucharle a
serenarme en esos momentos en que esta niña estaba siendo preparada para entrar
en el Paraíso, porque ella es un ser tan inocente, tan puro, que si hay Paraíso
ella estará allí. Dice un poema que todos somos polvo de estrellas, ella está
ya en el cielo brillando, iluminado una senda amorosa que nos lleva a conectar
con los demás a través del corazón.
Para Abdul, mi tigre del Punyab, estas acciones con acciones desinteresadas, normales, cotidianas, él que ha vivido la situación de estar rodeado de una lengua en la que se dirigían a él sin entender nada y que ha pasado a dominar con cierta precisión sabe lo duro que es estar en un país extranjero, sin entender. Esa barrera que puede ser la lengua a veces es un muro insalvable, a veces se transforma en pilar de un puente que nos permite ir hacia los otros. Abdul habla más de seis lenguas, lenguas de su tierra, de Pakistán. Es una persona con unos valores extraordinarios, con empatía, resiliencia, él ha sufrido también por los malos entendidos que se generan al no entender, al no partir de un conocimiento compartido o desde el respeto y la curiosidad por su cultura. Capta perfectamente la actitud del interlocutor y elude la violencia. Trata de solventar el conflicto, de aprender de él, de conocer más del otro. Pregunta pregunta siempre, eso tenía en común con Hanzada, que siempre quería aprender, saber y siempre me preguntaba por todo ( - Mañana me operan ¿qué es eso profe? Explícame... ) Los dos me preguntaban: - ¿Por qué no quieres hijos? ¿Quién va a cuidar de tí cuando seas vieja?.- Y os dos entendieron que mis alumnos y alumnas son mis hijos e hijas, y los trato como me gustaría que tratasen a los míos, con respeto, dignidad, amor, escucha, justicia. Los dos saben ya que a veces los hijos mueren antes que los padres, y las madres.
Abdul me ayudó a crear la imagen de este blog, él pintó ese universo en el que brilla ya Hanzada, y escribió las letras en árabe urdu y español con el nombre de este blog que trata de ser un faro en este caos en el que vivimos, de tejer esperanza a través del arte. Y su voz se eleva en él para dar impulso a su talento como orador. En Pakistán recuerdo que me contaba como la gente hacía círculos a su alrededor para oírle recitar.
Gracias Abdul por estar en mi vida.
Amal, Encarna
Amal, Encarna
Recuerdas Abdul:
https://castellano2lengua.blogspot.com/search/label/Pakist%C3%A1n%20Abdul%20Addullah
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ResponderEliminarNo se puede trazar el corazón de una pequeña gran biografía, de forma más tierna y desgarrada, e ir saltando por los nudos del destino que tejen el hilo rojo de tu vida. Los seres de luz aparecen y desaparecen cuando y como tienen que hacerlo;no de la forma que desearíamos, no en el momento adecuado, ni siquiera dentro del ambiente que podríamos pensar...pero llegan para dar valor a nuestras vidas, a la vida...Y en esas almas generosas, nobles, inocentes, sufridas, jóvenes , viejas...aprendemos a reconocernos, a dar importancia a los detalles y a construir recuerdos que se convierten en sueños y esperanza.Emotiva, reivindicativa y trágicamente delicada entrada...Amal🌼
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