Y la ciudad con más librerías del mundo es… Lisboa
The World Index certifica que la ciudad de Camoes y Pessoa tiene una media de 41,6 librerías por cada 100.000 habitantes, por delante de Melbourne, Buenos Aires, Hong-Kong y Madrid
CORRESPONSAL EN LISBOA Actualizado:GUARDARLisboa es la ciudad del mundo con mayor índice de librerías por metro cuadrado, según la lista difundida por la web especializada The World Index.
Su clasificación coloca a la capital portuguesa de manera destacada en cabeza de esta significativa medición, que arroja más de una sorpresa. Así, Lisboa tiene 41,6 librerías por cada 100.000 habitantes, escala que sirve como referencia.
En segundo lugar, aparece Melbourne, con un volumen de 33,9 y en tercera posición se alza Buenos Aires gracias a sus 22,6. El Top 5 se completa con Hong-Kong (17,8) y… Madrid, que supera a Roma por cinco puntos y se sitúa en 15,7.
A continuación, Toronto (12,4) y Tokio (12,2) anteceden a la glamurosa París, que ahora ocupa el noveno escalafón con 10,2 por delante de Nueva York y sus 9,4.
Basta un simple paseo por esta Lisboa que sale del confinamiento, con cierta preocupación por el aumento de casos de coronavirus en municipios de la periferia como Seixal o Almada (ubicados a escasos minutos en ferry), para comprobar que no solo es fácil sentir la presencia del espíritu de Fernando Pessoa por esos rincones sino que la estatua de Camoes nos atrapa en el centro de la plaza que separa el Chiado del Barrio Alto, a solo unos metros de distancia de otra estatua consagrada a un guardián también imprescindible del alma lusa: la figura que recuerda a Eça de Queiroz ahí donde se inspiró para escribir ‘La capital’.
Lisboa rezuma literatura desde que uno pone un pie en medio de sus siete colinas, tal cual acontece en esos miradores que invitan a sentarse en un banco para leer a José Luis Peixoto, a Gonçalo M. Tavares, a Dulce Maria Cardoso, a Lídia Jorge, a Inés Pedrosa y, claro está, al señor Antonio Lobo Antunes, que es como se refieren a él los portugueses, incrédulos al comprobar cómo la Academia Sueca le escatima el Premio Nobel al autor de «Memoria de elefante» o «Conocimiento del infierno». De modo que sigue siendo José Saramago el único escritor en lengua lusitana en obtener el galardón, aquel fastuoso día de 1998, tres años después de asombrar a propios y extraños con «Ensayo sobre la ceguera», de vigencia incuestionable en estos tiempos de pandemia.
La librería más antigua del planeta, Bertrand, está en Lisboa desde 1732. Primero en su emplazamiento original en la Baixa y, después del devastador terremoto de 1755, en su sede actual de la Rua Garrett. Siempre con el compromiso hacia los lectores por bandera, en pie durante todos estos siglos, con la salvedad de la reciente clausura temporal para evitar posibles contagios, antesala para reabrir sus puertas en el marco de la nueva fase decretada por el Gobierno portugués.
Mejor dicho, Bertrand es la cadena de librerías líder en Portugal, con locales diseminados a lo largo de todo el país, incluidas sendas aperturas en la capital de la isla de Madeira, Funchal, y otra en Ponta Delgada, una de las tres capitales oficiales del archipiélago de las Azores, junto a Horta y Angra do Heroísmo.
También se halla en Lisboa la librería más pequeña del mundo, Simao, con sus exiguos cuatro metros cuadrados en las Escadinhas de Sao Cristovao, en la intersección de la Rua Madalena y el barrio de la Mouraria, donde nació el fado.
No olvidemos tampoco que la reconocida como una de las librerías más bellas de los cinco continentes, Ler Divagar (Leer Despacio), se asienta en esta ciudad de letras: allá por LX Factory, un complejo comercial posmoderno en la zona de Alcántara, bajo el emblemático Puente 25 de Abril, su nueva morada desde que abandonó el Barrio Alto.
Igualmente, resulta un verdadero placer hojear vetustos ejemplares hasta las 12 de la noche en la Librería Sá da Costa, solo unos pasos más allá de la seminal Bertrand. Ahí, en las cuestas empedradas del Chiado, era frecuente ver en su día al mismísimo Pessoa, dejándose ver por las calles nostálgicas de una Lisboa que marcó para siempre su melancolía porque sus padres lo trasladaron a Sudáfrica.
Traten de no fotografiarse al lado de la estatua que rinde tributo al autor del «Libro del desasosiego», a la vera del Café A Brasileira. Es una misión imposible: tómense un pastel de nata mientras despliegan un libro en las terrazas más ‘cool’ de Lisboa.
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