Luego llegaron planes de reformas y levantaron las losetas de piedra rosadas y uniformaron las calle,s sin aceras, con esas losetas marrones de arenisca, que se rompen y cuando llueve se mueven y es imposible no mojarse hasta los tobillos. Arrancaron árboles, y transformaron plazas en las que había hierba, bancos, y árboles en plazas espartanas, que te recuerdan a las marchas militares, con unos adoquines que imitan empedrados que nunca hubo aquí. Las fuentes desmesuradas llenaron las plazas en las que antes aparcábamos el coche y alguna tuvo que dejar de accionar sus chorros porque si el viento soplaba los vecinos del edificio de al lado no podían salir a la terraza porque se duchaban con el agua de la fuente, de la Gavinona.
Ahora todo está desierto, vacío, silencioso y las personas que salen a comprar con su carrito se encuentran a veces con indisposiciones biológicas y ante el apretón defecan en la acera de la calle y dejan la cagada en plena cera bajo un trozo de papel higiénico que tendrán que limpiar los barrenderos. Dos enormes deposiciones aparecieron al final de mi calle, frente al quiosco realizadas por la misma mujer según me contó el dueño del kiosco.
Luego e otro kiosco el dueño está aburrido y nos deleita con la cuenta de los días que llevamos encerrados y los días desde el ESTADO DE ALARMA, hay un día de diferencia y con una frase que escribe en el ordenador en letras grandes y pega encima de la puerta, una cita de Benedetti, de Churchill, salgo con la intriga de ver qué puso hoy.
Las colillas han desaparecido, y el silencio no lo rompen ni los perros que son los que salen a pasear.
El pasiaje cambia, se modifica, bulle. A las ocho los aplausos llegan como una ola que se exiende y ca cruzando la ciudad, descendiendo hasta e HUCA.
Y cuando ya pudimos empezar a pasear la vida volvió, y las estatuas que poblaron mi ciudad se cubrieron con mascarillas también.
LAS MASCARILLAS NO SON RECICLABLES, LOS GUANTES TAMPOCO
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