sábado, 27 de marzo de 2021

Aniversario del fallecimiento de Hanzada al Zuhri.


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Hace un año que te fuiste, partiste hacia el paraíso mi querida Hanzada. Doce meses sin tu risa, sin escuchar tu voz ronca, firme, sin tu mirada repleta de preguntas, de inquietudes, doce meses sin poder escuchar la dulzura con que me deseabas buenas noches tras dejarte en la habitación del HUCA escuchando el mantra Ramadasa, “ponme ramadan,” que te ayudaba a dormir y te ayuda a sobrellevar el dolor de cabeza que te provocaba entre otras muchas reacciones el tratamiento… Un año sin ti que se ha hecho largo, duro.

La danza de la vida te llevo a entender desde el fondo del corazón que el hogar está en los brazos de quienes te quieren y te adoran. Danzaste entre los brazos de tu hermano Musa radiante, sabia, fuerte. Juntos formáis una semilla perfecta, la simiente del árbol de la vida. Unidos más allá del cuerpo, en el alma crecéis creyendo en la fuerza de la magia, del amor, sembráis la esperanza en quienes tienen el privilegio de compartir con vosotros vivencias desde las dolorosas como el viaje en patera hasta Grecia desde Turquía a otras más entrañables pasear por un parque. Incluso en los momentos más difíciles, cuando se tiñe de rojo el horizonte y la rabia, la ira nos alborota las entrañas, la sonrisa se abre paso y desde lo más pequeño, como es el movimiento de un pez, la aparición del tres de corazones en un truco de magia. La fuerza con que afrontaste tu último año es una lección para todos, incluso en los momentos en que te encontrabas mal y las fuerzas ya flaqueaban tu mirada no perdió su brillo, tu deseo de seguir alumbrando nuestras oscuridades, mostrando nitidez cuando las lágrimas ya no nos dejaban ver con claridad ni nuestras manos.

Percibías hasta el último detalle, como el perfume de jazmín que traje de India y me ponía cada vez que bajaba a verte a la habitación siete, tres, seis. Me abrazabas y te dejabas llevar por ese olor. Viajabas con ese olor que te encantaba. La alquimia de las esencias con las que jugabas perfumando a algunas visitas era parte de tu sabiduría.

Me mirabas y no necesitábamos nada más, las preguntas fluían, algunas complejas como explicarte que era eso de operar que iban a hacerte al día siguiente; otras eran peticiones que obedecían a tu necesidad de comprender qué le ocurría a tu cuerpo que crecía y se desarrollaba de una forma desordenada ante la mirada de tus ocho años, y otras veces simplemente me pedías que bajara a verte porque estabas aburrida, si podía. Bajé cada vez que me llamaste como no podía ser de otra forma. Jugamos juntas, me despiojabas, agradecíamos a tus compañeros de clase sus videos, sus mensajes, dibujaba para ti y nos hacíamos cosquillas. Te llevé el mar en una caracola porque intuía que no podríamos llegar a verlo juntas… Y construí un jardín para ti tu última semana de vida, que pudiste ver. Las flores llegaron de muchas almas amigas que nos ayudaron a sostenernos en esa última semana en la que la calma era tan importante para aceptar tu partida. Te apagaste poco a poco, en ese proceso de fuiste marchitando poco a poco. Sabía que el Taj Mahal sería el último jardín, porque en ese jardín sentí la esencia del amor, sentí la fuerza del amor caminando descalza sobre ese mármol blanco y las cálidas losas de piedra roja, a las orillas del río Yamuna. Tú sabías de esa fortaleza, esa fuerza te habitaba y volvías a ella, a la luz.

Un tránsito que fue durísimo para tu madre, tuve que enfrentarse a ese momento sola, con nuestra presencia a través de un teléfono por culpa del covid, y fue tan intenso. Como tú me decías ella te cuidaba muy bien. Sentí como se partía su corazón y el momento en que descarnaste… Para todos, tu partida fue muy dolorosa porque tu alegría nos daba esperanzas, contigo encontramos el sentido de la vida. Nos diste tanta esperanza, tanta confianza,… El abismo, el vacío que deja tu ausencia solo puede sobrellevarse sintiéndote en el corazón y en sueños como tus hermanos. Tu madre, tu abuela rezan, hacen salat y en el salat encuentran cierto consuelo.

Aprenderemos a seguir día a día, conviviendo con esta ausencia y agradeciendo haberte conocido. Doy gracias por haber podido acompañarte en este año y medio en el que aprendiste una nueva lengua, el español, en el que nos dijimos que nos queríamos cada noche antes de dormir, en el que disfrutamos poniendo nombre a lo que nos daba miedo, a lo que deseábamos y nos gustaba como el sol. Y como el sol estás ahí, aunque esté nevando tras las nubes siempre palpita el sol. 




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