Ibtissame Lachgar, la chica "más odiada de Marruecos”
La conocida activista marroquí del Movimiento Alternativo por las Libertades Individuales pasó por Melilla para reivindicar los derechos LGTB en el Orgullo del Norte de África
Ibtissame Betty Lachgar es el nombre que se encuentra detrás de todos los actos más polémicos y reivindicativos que han tenido lugar en el Marruecos del siglo XXI. Fue esta psicóloga clínica quien, en 2009, tomó partido en la organización de un picnic a plena luz del día en la ciudad de Mohammedia durante el mes de Ramadán; también convocó, en 2013, un ‘kiss-in’ público en Rabat en solidaridad con los adolescentes de Nador arrestados ese mismo año por subir una foto besándose en Facebook; fue quien formó parte del grupo de activistas que, en 2017, tiñó una fuente rabatí de color rojo con colorante alimenticio como acto simbólico para el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.
Amenazas de muerte
Lachgar no se esconde, a pesar de las amenzas de muerte, de violación o de haber sido incluida, desde 2015, en la ‘lista negra’ del ISIS: “he sido la chica más odiaba de Marruecos”, dice riendo. Tampoco le teme a una sociedad esclava de la cultura del ‘qué dirán’: a través de MALI (Movimiento Alternativo por las Libertades Individuales, del que es co-fundadora y portavoz), organiza y participa en actos reivindicativos en defensa de cualquier tipo de libertad. Por ello, junto con un grupo de marroquíes LGTB, se trasladó a Melilla el pasado sábado para celebrar la XVI edición del Orgullo del Norte de África.
“MALI es el único movimiento de desobediencia civil que existe en Marruecos, por eso nuestras acciones le provocan un shock a la gente”, apostilla. Para el movimiento no existen las fronteras, el color de piel o la religión, además, es el primer colectivo marroquí que se considera abiertamente universalista, feminista, secular, pro-aborto y pro-LGTB.Por ello, Lachgar describe MALI como un movimiento ‘avant-gardé’ y se lamenta de que la sociedad civil no entienda bien las causas por las que luchan. La psicóloga marroquí le echa la culpa de forma parcial al relativismo cultural: “los Derechos Humanos son universales e interdependientes y eso, en países musulmanes como Marruecos, es un gran problema. Ellos lo que quieren son ‘Derechos Humanos Halal’ y no, si luchamos por nuestros derechos, luchamos por la totalidad de ellos”. Por esta razón Lachgar considera imposible que pueda existir una pugna real por la libertad y la democracia en el seno de una sociedad donde existen unas pautas muy marcadas de ‘qué está bien’ y ‘qué no está bien’. “Es por eso que la sociedad civil margina este movimiento. Si esta sociedad no nos ayuda, ¿qué podemos esperar de nuestra opinión pública, de la gente?”.
Más conservadurismo
La activista también advierte del viraje hacia el conservadurismo que ha observado en la sociedad marroquí actual. Considera que la llegada al gobierno del partido de los islamistas (PJD, Partido de la Justicia y el Desarrollo), internet y la sintonización por satélite de canales de corte radical provenientes del extranjero están ayudando a la proliferación de mensajes misóginos y violentos de gran calado en las redes. Del mismo modo, critica el desgaste del sistema educativo: “Marruecos es un país musulmán, ya que el islam es la religión del Estado y el monarca obedece a la condición de Príncipe de los Creyentes. Por eso la asignatura de religión es obligatoria en los colegios”, indica.
A la portavoz de MALI tampoco se le olvida apuntar hacia Europa para contextualizar el porqué del giro que ha tomado la sociedad marroquí hacia ‘lo conservador’. Concretamente, pone el foco en la creación de guetos de migrantes en países como Francia, Bélgica y Holanda. “Esto tiene una explicación desde el punto de la psicología clínica: cuando atacan tu identidad, tú lo que haces es contraatacar. Después de eso, cuando esos marroquíes vuelven de visita a sus países de origen, le imponen a sus allegados lo que tienen que hacer, cómo tienen que vestirse y cuándo rezar”.
Atea y secular
Ibtissame, aun siendo atea, se posiciona a favor del secularismo, una corriente de la que, según cuenta, “la mayoría de personas en Marruecos desconoce su significado”. Lachgar se siente molesta cuando la gente acusa a MALI de ser un movimiento que promueve el ateísmo: “yo soy atea, pero este movimiento es secular y está integrado por personas de todo tipo de creencias, no nos importa que seas judío, musulmán o ateo. La religión pertenece a la esfera privada y por eso nos posicionamos en contra de la enseñanza religiosa en las escuelas”.
El acoso sexual en las calles es otro de los quebraderos de cabeza de ella y de otras muchas mujeres. La activista recuerda el caso de la turista alemana que se dedicó a viajar por todo el mundo y que, sin embargo, en el país duró solamente dos días. “Es horrible, viajó por todo el mundo y, sin embargo, no lo pudo hacer en Marruecos por culpa de toda esta mierda”, indica.
El perseguir y piropear obscenamente a las mujeres por la calle es un mal del que incluso pecan muchos hombres de mente abierta: “muchas personas progresistas no saben qué es el significado de acoso, piensan que esos actos se tratan de un simple flirteo”, apunta. Lachgar señala que “mucha gente no entiende que eso también es violencia hacia las mujeres” y, por ello, considera que es tan difícil cambiar esas mentalidades. “A pesar de ello, nosotros y otras muchas organizaciones trabajamos para cambiar eso, porque, además, no es un asunto tabú, como lo es la religión o los asuntos relacionados con el colectivo LGTB”, comenta.
Al hilo de lo anterior, el pasado sábado Lachgar se presentó en el pasacalles del Día del Orgullo LGTB de Melilla con una bandera de Marruecos cuya estrella de cinco picos lucía los colores del arcoíris “a modo de provocación”, según relata. Con ella iba un grupo de jóvenes ocultando sus rostros con máscaras. Aunque el artículo 489 del código penal marroquí castiga la homosexualidad con penas desde 3 a 6 años de cárcel, la activista señala que este castigo no es un gran problema si se compara con las agresiones físicas que pueden llegar a sufrir por parte de familiares y gente de su entorno.
Ibtissame menciona a su madre, que a menudo le recuerda la frase de: “no tengo miedo de que vayas a la cárcel, sino de lo que te puede hacer la sociedad”. La activista lo tiene claro: “nunca tengo miedo, ni de la policía, ni de la cárcel, ni de la muerte. Por eso soy como soy”.
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