27 de marzo de 2024 hoy es se cumple un año más del día en
que Hanzada al Zuhri desencarnó de ese cuerpo menudo, frágil en el que a sus
nueve años experimentó un crecimiento
anodino, desmesurado, la vida de una mujer se aceleró en su cuerpo, en sus glándulas
y nos arrebataron el calor de su cuerpo a nuestro lado.
Pero Hanzada vive en nuestro corazón, vive en la memoria de
los que tuvimos el privilegio de conocerla. Hanzada es la luz que brilla con
tal fuerza que es capaz de darme fuerzas para canalizar mi ira, mi rabia, mi
cólera. La fuerza de esa voz ronca, de mujer mayor resuena en mis entrañas, me
viene el eco de su vioz en los pasillos de la escuela susurrándole a Omar: -
hoy es jueves y viene Encarna, nos vamos ahora con ella. Y aquella sonrisa con
la que me recibía. Aquella voz que se proyectaba en el aire con ímpetu increpándonos
a sus hermanos y a mi: - ¿A quién le gusta el sol? A quien le guste el sol que
levante la mano. – Y tras ver nuestras manos en alto explicaba: - A Omar no le
gusta el sol, prefiere la nieve, como en Alemania. Pero a nosotros no nos gusta
Alemania. Me gusta el sol.
Haznada, la primera niña refugiada que conocí, a la que
acompañé en su viaje por la vida y su despedida de este mundo. Hanzada, una niña
que a pesar a la dureza de su viaje hacia ese exilio impuesto por la guerra logró
encontrar refugio en el calor de los vínculos familiares en los que ella es el sostén,
el epicentro, en esa familia que es como la flor de vida, ella es el primer
punto, el origen del círculo. Hanzada
que a pesar de su enorme sufrimiento,
supo atravesarlo y combatir el dolor inevitable con su mejor sonrisa,
con su calidez exquisita, con su gratitud infinita. Nunca exigió nada, y
agradeció cada gesto. Ordenó la vida de todos y todas, eso sí, su mirada veía más allá de las apariencias y
bastaba un mensaje de audio en el wasap para lograr la magia que necesitaba. Tiene
la dicha de tener una familia de la que formo parte, una familia como patria, y un deseo de aprender que disolvía todas las
barreras. El día que comenzó con la quimio en aquella habitación del hospital me pedía:
- “Enséñame, profe,
enséñame como en la escuela.” Y nos
convertimos en maestra y discípula y a la viceversa. Contigo mi niña aprendí tantas
lecciones de vida, aprendí que las lenguas no son barreras, de camino a tu escuela, bajo el roble y los
castaños tu abuela y yo nos abrazábamos clamando al cielo tu nombre, y Alláh,
nos sosteníamos mientras luchabas por seguir con nosotras. Aquel abrazo era el
consuelo, el refugio para seguir. Recuerdo aquel día en que me llegó un mensaje
tuyo en el que me decías: - Estoy en la siete, tres, cuatro. Están la, blablá, bla,
bla.- Supe que pasaba algo, creí que iban a preparar la operación, pero bajé y
me dijiste: - Me operan mañana, qué es eso, explícame que me van a hacer.- Y te conté para que entendieras
lo que iban a hacer los médicos, para que no tuvieras miedo y te sintieras a salvo, hablamos de en qué podías pensar cuando fueras hacia el quirófano.
Jugamos y nos reímos aquella tarde en que tu madre y yo estuvimos contigo. Tu
madre que no se separó de ti un minuto, vivió para ti con la mayor entrega. Me decías cuando se iba a buscarme un café:
_ Mamá me cuida muy bien y mucho. Tiene que dormir, está
cansada. Dile que duerma.
Tu tío que te traía las aceitunas y las mandarinas para que
comieras algo rico en aquel hospital en el que la comida te daba mucho asco. Yo
te llevaba el hummus y muchas veces simplemente te acurrucabas en nuestros regazos
con aquel dolor de cabeza que no te
dejaba erguirte y te acariciábamos la cabeza, cantándote bajito el mantra ramadasa
para que te durmieras y me pedías: - Por favor ponme ramadán. -
En los momentos de mayor fragilidad y dolor mostraste la gratitud,
el amor, la ternura, la curiosidad, la alegría que se desbordaba cuando entraba
por la puerta y tu tío decía: - Mira quién vino,… -
Luego estaban las preguntas de tu hermano para las que solo
encontraba una respuesta: - No es justo que no puedas verla en el hospital, es una norma que algún día puede que tú
cambies. Tú que soñabas ya en Siria ser médico, puede que cambies esta forma de
acompañar a los niños y niñas que están tan enfermos.- Y trenzamos corazones,
grabamos canciones, vídeos, escribimos cartas, hicimos dibujos para llevártelos, logramos hacerte entender que en tu escuela
estaba tu pupitre esperándote. Por fin tenías tu escuela, tras dos años en un campo de refugiados en
Grecia, en Tesalónica, tras dejar
Damasco, tras llegar de Turquía a Grecia en una noche oscura agarrada a tu
abuela que te protegía en aquel hacinamiento en el que tu hermano Mussa puso en
peligro su vida lanzándose al agua para salvar a otro bebé. Ese Mare Nostrum en
el que volviste a nacer, ese periplo de idas y venidas, de esperas ásperas, sin juguetes, pero con canciones de cuna que despiertan el
deseo de vivir, de crear, de aprender, de compartir.
Hanzada vivirá en nuestro corazón y en nuestra memoria.
Encarna, un relato maravilloso sobre Hanzada. Aún la recuerdo con cariño, una inteligencia y un amor era y seguirá siendo su alma entre los ángeles. Muchas gracias por este recuerdo. En la escuela del cielo todo serán risas y flores para ella. En los recreos mirará para la Tierra y sonreirá viéndoos a todos pensando en ella. Una abrazo
ResponderEliminarHay recuerdos, hay personas que nos marcan para siempre, no importa el tiempo compartido o los océanos que nos separan, siempre estarán en nuestros corazones.
ResponderEliminarQue bueno que la hayas conocido y disfrutado! Y que bueno que nos la hayas hecho conocer a los demás a través de tus fotos y relatos. Hanzada es una luz brillante, una eterna sonrisa y gracias a ti también está en mi corazón y la abrazo a ella y a ti y por extensión de ella a su familia. 😘
ResponderEliminarAlejandra
En los momentos más difíciles y duros el amor y la belleza nos sostienen. Los hacemos nosotros. Seguro que este texto le llega a Hanzada. Allí donde esté, le envío todo mi amor, a ella, a su familia, y a su maestra, que la ama. Un gran abrazo.
ResponderEliminarEra una luz❤️🕊
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