Esta semana desde el Aula de Inmersión estamos trabajando qué significa el 25N. Tras decirme unos alumnos que era el día de navidad empezamos a descubrir qué significa esa N, qué pasó ese 25 de noviembre de 1960 y hemos trabajado el significado de la palabra violencia, así como formas de pedir ayuda frente a ella.
Hemos realizado este cartel entre todas y todos aportando símbolos y un mensaje común que es el rechazo unánime de la violencia. Y henos elaborado hasta un quiz.
El 25 de noviembre es una llamada colectiva a reconocer que las violencias hacia las mujeres son expresiones de una desigualdad estructural que atraviesa nuestras relaciones, nuestras palabras y nuestras formas de mirar el mundo.
Nos invita a mirar más allá de lo visible: a reconocer que la raíz de la violencia hacia las mujeres está en las ideas, los gestos y los silencios que normalizan y reproducen la desigualdad y limitan la libertad de las mujeres y las niñas.
Cada palabra que excluye o silencia duele, y cada palabra que escucha y cuida es transformadora. Por eso cada 25 de noviembre reafirmamos nuestro compromiso con la igualdad y la vida libre de violencias.
No basta con rechazar la violencia hacia las mujeres: es necesario transformar las estructuras y los aprendizajes que la sostienen, incluyendo la forma en que nos comunicamos.
En Fundación InteRed creemos que la educación y la comunicación son caminos para prevenir las violencias y transformar la cultura que las sostiene.
Por eso, este año ponemos el foco en la comunicación no violenta, una forma de relacionarnos que nos invita a conectar con nuestras emociones, y a escuchar, comprender y expresarnos desde el respeto, la empatía y los cuidados. Porque prevenir las violencias también implica transformar la manera en que nos comunicamos.
NUESTRA ACCIÓN
Desde InteRed trabajamos junto a comunidades educativas, colectivos y organizaciones socias en más de 15 países, acompañando procesos que fortalecen la educación afectiva, la coeducación, la prevención de violencias y la construcción de vínculos saludables.
Lo hacemos desde una pedagogía de los cuidados, convencidas de que educar para la igualdad es la base de sociedades más justas, pacíficas y libres.
Tradiciones que perduran: matrimonios colectivos en el Alto Atlas
El festival de Imilchil o de los novios en el Alto Atlas celebra un matrimonio colectivo entre parejas de diferentes tribus beréberes antes de la llegada del invierno
Festival de matrimonios bereberes en el Alto Atlas. / SONIA MORENO
Hubo una vez en que dos jóvenes se enamoraron en las montañas de Marruecos. Desgraciadamente, las familias no les dejaron casarse porque eran de tribus enemigas. Desesperados y tristes lloraron cada uno por su lado. Las lágrimas continuaron día y noche hasta que crearon dos lagos de lágrimas, Isli, que en tamazight, la lengua de ese área, significa novio, y Tislit, novia.
Una versión bereber de Romeo y Julieta que ya es leyenda porque actualmente las tribus conviven en paz y celebran una vez al año el festival de los novios para celebrar los matrimonios entre enamorados de las diferentes aldeas de la región. Hasta cincuenta parejas firman el acta de matrimonio delante de un juez el mismo día y así se ahorran tener que recorrer 100 kilómetros por carreteras apenas asfaltadas y llenas de curvas.
Terminan de recoger la cosecha y antes de que llegue el invierno con el frío y la nieve celebran un mercado donde se proveen de lo necesario para volver a sus aldeas. Allí quedarán incomunicados unos meses a 2.200 metros de altitud en el Alto Atlas. Alrededor de 30.000 personas de las montanas montan sus tiendas durante tres días, con sus respectivas familias, caballos y camellos para hacer las últimas compras.
Las miradas encontradas, los roces de las manos, las sonrisas dibujadas en los rostros se suceden hasta que dos jóvenes se acercan y comienzan a hablar. Si se gustan hablarán con sus respectivas familias que tendrán que dar el visto bueno y en la siguiente ocasión contraerán matrimonio.
Festival de matrimonios bereberes en el Alto Atlas / SONIA MORENO
Rabha Boubker, una chica soltera, explica en el festival que "participan mujeres de todas las edades, incluso menores. La ley es un poco laxa con este tema. También llegan divorciadas que puede volver a casarse". Sobre el matrimonio de menores, Haddou Maadid, presidente de la asociación El-Kheir para el desarrollo rural y protección del medioambiente y el cordero, asegura que "no hay menores de 15, pero las chicas de 16 y 17 sí se pueden casar, aunque necesitan el consentimiento de los dos padres".
Para la ceremonia las mujeres lucen la ropa tradicional llena de colorido, acicalan el rostro y se cubren con un tradicional mantón de lana a rayas muy finas de colores, llamado "ahendir", que permite diferenciar las tribus. Las mujeres casadas, viudas y divorciadas lucen un tocado terminado en forma cónica, mientras que las chicas vírgenes lo llevan plano. Los aspirantes a novios visten trajes blancos o de colores claros y se cubren la cabeza con un turbante del mismo color.
El festival se celebra a las puertas del morabito sufí Sidi Ahmed Oulmghenni, un lugar de peregrinación para los musulmanes en el valle del Assif Melloul, a 20 kilómetros de la población de Imilchil. Con los años, en el lugar se comenzó a celebrar un mercado, el único al que podían acudir las mujeres una vez al año. De ese modo es cuando los jóvenes casaderos se encontraban y nacían los romances entre parejas de diferentes aldeas. Y en esa evolución de la tradición, en 1996 llega a la región la electricidad y con ella la televisión. Los jóvenes ven otros patrones de belleza y otras formas de vida y la tasa de matrimonios baja. "Las mujeres ven la televisión y el cine y no quieren casarse con los hombres de aquí porque ellas trabajan mucho en la montaña. La mayoría de los jóvenes ahora tienen un problema para casarse y ha bajado la tasa de enlaces", se queja Haddou Maadid.
Festival de matrimonios bereberes en el Alto Atlas / SONIA MORENO
Por ello las autoridades fomentan esta fiesta que permite que matrimonios ya consumados desde hace algunos meses bajen de las montañas al final del verano y firmen un acto legal de matrimonio.
Y como en toda celebración marroquí el broche de oro lo pone la música tradicional. Así en este festival la música también es imprescindible con la participación de grupos folclóricos bereberes de las regiones circundantes, como Khénifra, Midelt o Errachidia.
A punto de cumplirse 16 años del desafío, Aminetu Haidar no olvida. Sus agónicos 32 días de huelga de hambre pusieron en jaque al entonces gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, hoy un reconocido lobista de Rabat, y doblegaron al régimen alauí, que no logró lo que buscaba: la imagen de Aminetu, la apodada 'Gandhi saharaui', rindiendo pleitesía y perdón a Mohamed VI. La activista saharaui vuelve a escena convertida en protagonista de Aminetu, un “docuthriller” que desentierra el episodio que zarandeó al Gobierno español y tensó las costuras de la siempre turbulenta relación con Marruecos.
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Una película que llega cuando el Sáhara Occidental ha vuelto a irrumpir en los titulares, empujado por el histórico cambio de posición del Ejecutivo de Pedro Sánchez y el cincuenta aniversario del abandono del entonces Sáhara Español, hoy ocupado ilegalmente por Marruecos.
La cinta, dirigida por la periodista cordobesa Lucía Muñoz Lucena y producida por la malagueña EntreFronteras, se estrenó el sábado en el Festival Internacional de Cine del Sáhara (FiSahara) en Madrid con la sala llena y la protagonista del filme recibiendo un largo aplauso, entre cánticos de “Sánchez, el Sáhara no se vende”. “Este documental no es solo un retrato íntimo de una mujer extraordinaria enfrentada a una de las últimas colonias pendientes de descolonización del planeta, sino también un viaje a través de décadas de lucha, represión, esperanza y resiliencia”, explica Muñoz. “Una historia real, potente y urgente, que combina el rigor del periodismo de investigación con la tensión narrativa del thriller político”.
Haidar es aún la figura incómoda que denunció la ocupación marroquí en 2009, que sobrevivió a 32 días sin ingerir alimento en el aeropuerto de Lanzarote y que logró volver a El Aaiún sin aceptar la nacionalidad marroquí ni las exigencias de perdón que musitó el régimen marroquí. Un desafío que abrió una grieta en la política exterior española y que hoy regresa envuelto en nuevas sombras, las de un país que sigue arrastrando una deuda histórica no saldada. “En la ficha de registro del aeropuerto había un cuadro para poner la dirección en Marruecos. Yo siempre escribía la dirección de mi casa, en El Aaiún (Sáhara Occidental)”, rememora Aminetu del incidente que desató su deportación a Lanzarote.
La deuda pendiente
El documental se adentra en esa deuda histórica que nunca ha dejado de latir desde 1975, cuando España abandonó la entonces provincia número 53 dejando inconclusa la descolonización prometida. La película no solo reconstruye los días de la huelga. Señala, con nombres y apellidos, a quienes maniobraron para apagar el incendio político que encendió Haidar. Entre ellos, Miguel Ángel Moratinos, ministro de Exteriores, y José Luis Rodríguez Zapatero, entonces presidente del Gobierno. Ambos, junto al también expresidente Jose María Aznar, declinaron participar en el documental.
Otros sí prestan su testimonio. Baltasar Garzón -impulsor de la querella por crímenes de lesa humanidad-, Inés Miranda –abogada de Aminetu y aliada en los días más críticos–, Pilar del Río, Willy Toledo o Pepe Viyuela. También diplomáticos y responsables políticos que asistieron a la crisis desde dentro. Entre ellos, Agustín Santos Maraver, jefe de gabinete de Moratinos y hoy número dos de Sumar por Madrid, señalado en el pasado por haber ofrecido a Haidar casa en Marbella y nacionalidad española si abandonaba la huelga. La activista lo llamó soborno. En su intervención ante las cámaras, Santos rechaza que hubiera existido tal oferta, que quienes rodearon entonces a Aminetu recuerdan y confirman. En un lapsus, el hoy diputado de Sumar llega a presentar a la activista como “de origen marroquí”.
Rodaje 'Aminetu. 50 años de ocupación', dirigida por Lucía Muñoz Lucena. | Francis González y Miguel Ángel Pachón
Planas, defensor de las tesis de Marruecos
También interviene el hoy ministro de Agricultura y Pesca, Luis Planas, entonces embajador de España en Marruecos que sirve para erigirse en defensor del giro de Sánchez en el Sáhara. Planas, vinculado al PSOE andaluz, asegura que la autonomía marroquí proporciona “la base más realista” para resolver el conflicto del Sáhara, la última colonia de África y, de paso, censura el activismo de Aminetu. La cinta reproduce algún episodio digno del esperpento, como el intento de intervención en la crisis de la cantante Cristina del Valle -de Amistades Peligrosas- como mediadora entre Aminetu y Moratinos, a propuesta del ministro.
En la clausura de FiSahara, Haidar – galardonada con el Premio Right Livelihood,conocido como el Nobel Alternativo de la Paz- volvió a poner palabras a la herida. “No soy el centro de la historia. Lo es mi pueblo”, insistió. Denunció la última resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, que prioriza la propuesta de autonomía marroquí sin descartar otras opciones. Y lanzó una advertencia inquietante: “Los jóvenes ya no creen en la resistencia pacífica”. La guerra entre el Frente Polisario y Marruecos volvió en 2020. “Me temo mucho que la violencia llame a la violencia”, desliza la activista al final del documental.
Aminetu se construye como una cuenta atrás. El reloj marca las horas de la huelga. El documental combina observación, archivo y elementos de suspense. El Palacio de Ferias y Congresos de Málaga se convirtió en aeropuerto. La antigua prisión provincial en eco de la “Cárcel Negra” marroquí, donde -como la propia Aminetu- cientos de saharauis pasaron años hacinados o murieron sin dejar rastro.
El documental presenta a una mujer marcada por la tortura, la desaparición forzada y una resistencia numantina en las zonas ocupadas del Sáhara por Marruecos. Aminetu recuerda aquella determinación que llevó hasta la extenuación física y que puso contra las cuerdas a Madrid y Rabat, además de sumar el apoyo de un premio Nobel de Literatura y la familia Kennedy. Tres lustros después, Aminetu mantiene una convicción intacta: la libertad del pueblo saharaui no es metáfora ni consigna, sino un destino pendiente. “Sí, ha valido la pena. Mis hijos pueden vivir sin madre, pero nunca pueden vivir sin dignidad”, afirma el rostro del activismo saharaui.
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