Tales nos narra las diferencias entre dos fiestas que celebramos en estos días, la noche de Halloween y la noche de Difuntos en Méjico.
Felicidades Tales, no vemos el viernes.
Tales nos narra las diferencias entre dos fiestas que celebramos en estos días, la noche de Halloween y la noche de Difuntos en Méjico.
Felicidades Tales, no vemos el viernes.
El alumnado de secundaria nos narra las características del Halloween y el dia de Difuntos en diferentes partes del mundo, Méjico, Ucrania,.... esperamos que os guste.
Feliciidades chicas y chocos
Las dos últimas semanas de octubre, las calles de mi ciudad se llenan de flores de color naranja. Todo huele a zempaxochitl (flor de muertos), a chocolate, a figuritas1 de azúcar y a “pan de muerto”. El humo2 del copal purifica el aire. El 2 de noviembre es el Día de Muertos. Los mercados preparan una gran celebración, y en todas las calles hay vendedores de flores porque el Día de Muertos es alegre. Las tiendas se llenan de unos esqueletos3 de azúcar pintados, que se llaman «catrinas». Los dulces tienen forma de calavera4. Esos días estamos alegres porque el 2 de noviembre es motivo5 de fiesta y diversión, pero también estamos tristes porque recordamos a las personas que ya no están con nosotros.
En estos ritos, las calaveras eran un elemento fundamental. Pero también se llaman “calaveras” a unos poemas6 divertidos que se dedican unas personas a otras. Los lectores pueden publicar sus “calaveras” en los periódicos.
LOS ALTARES DE MUERTOS
Según la tradición, el alma7 de las personas que han muerto vuelve a visitar a su familia el Día de Muertos. Por eso, los mexicanos esperan su visita con todo lo que le gustaba al difunto8. Construyen un altar lleno de flores y en él le dejan cigarrillos, chocolate, dulces, tamales9, caldos10 y también tequila. Al final de este día, estos alimentos no tienen sabor porque el alma del muerto ha venido y se ha llevado su esencia11.
Los niños y los mayores hacen preciosos altares12. Las empresas también recuerdan13 a los compañeros que han muerto. Yo trabajo en un periódico de Veracruz, y el día 1 de noviembre preparamos un altarcito, una mesita llena de dulces y ofrendas14 para nuestros compañeros desaparecidos.
Esta celebración varía en cada región, pero normalmente el altar tiene siete niveles15, que son las siete etapas16 que tiene que pasar el alma de un muerto para poder descansar. Primero se fabrica17 la estructura18 del altar con cajas de cartón19 o con madera. El séptimo nivel está encima del suelo y sobre él se pone el sexto, un poco más pequeño, encima del sexto se pone el quinto, y así hasta llegar al primero. El lugar donde se coloca el altar se tiene que barrer20 con hierbas aromáticas un día antes del Día de Muertos. Los familiares esperan despiertos durante toda la noche al espíritu de su muerto, que bajará para disfrutar21 de su ofrenda.
En 2003, la UNESCO dijo que el Día de Muertos era “una de las expresiones culturales más antiguas y de mayor fuerza entre los grupos indígenas del país”, y por eso declaró la celebración como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad.
UNIÓN DE TRADICIONES
Una de las cosas más interesantes de esta celebración es la unión de la religión católica y las culturas prehispánicas22. Hace 3.000 años, mucho antes de la llegada de los españoles, algunas etnias indígenas celebraban rituales en honor a la vida de sus antepasados23 en el Día de Todas las Almas. En el siglo XVI, unieron las dos celebraciones y empezaron a celebrar el Día de Muertos.
Los mexicanos esperan el Día de Muertos año con año. Papel picado, flores de cempasúchil, calaveras de chocolate y azúcar, pan de muerto, agua, sal, veladoras y los alimentos favoritos de sus antepasados, llenan altares en casas y espacios públicos con el único objetivo de recordarlos y “recibirlos” en su regreso para compartir con los vivos.
De acuerdo con las costumbres y creencias de la población mexicana, el 1 de noviembre se recuerdan a los niños fallecidos y el 2 a los adultos; además, en algunas regiones el 28 de octubre se rememora a aquellos que murieron por accidente o de manera trágica y el 30 de octubre a las almas de aquellos que murieron sin ser bautizados y permanecen en el limbo.
El 7 de noviembre de 2003, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) declaró el Día de Muertos en las comunidades indígenas mexicanas Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad y aunque muchos consideran que el pasado prehispánico influyó en demasía en la tradición del Día de Muertos; en realidad esta celebración es un ejemplo del sincretismo latente entre la cultura hispana y prehispánica.
El 1 de noviembre también se conoce como el Día de Todos los Santos y el 2 de noviembre como el de los Fieles Difuntos. De acuerdo con la historiadora Elsa Malvido, la celebración de Todos los Santos fue promovida por el abad de Cluny en el siglo XI con el objetivo de conmemorar a los Macabeos. Más tarde la iglesia romana adoptó la fecha y se mantuvo vigente.
En esta celebración, iglesias y conventos exhibían reliquias, restos y tesoros a los que los creyentes les ofrendaban oraciones para obtener el perdón y evitar su entrada al infierno.
En lugares como Castilla, Aragón y León se preparaban alimentos con forma de los huesos, cráneos y esqueletos y estos se llevaban a la iglesia donde se veneraba a dicho santo. Más tarde, en las casas se colocaba la imagen del ofrendado y la ‘mesa del santo’ que servía como repositorio y se adornaba con dulces y pan. El objetivo era que esta ofrenda santificara las casas. Los devotos y fieles cambiaron los largos peregrinajes a zonas sagradas por este ritual.
El Día de los Fieles Difuntos se dedicó a las almas que estaban en el purgatorio y que solo podían salir de él gracias a las oraciones de los devotos. De este modo, 1 y 2 de noviembre se convirtieron en las fechas ideales para pedir perdón, orar y ayudar a los difuntos. Esta tradición llegó a América con el arribo de los españoles y para realizar la exhibición de objetos santos, tuvieron que trasladar dichos artefactos desde Roma hasta el puerto de Veracruz.
De acuerdo con Fray Diego Durán, existen dos rituales nahuas dedicados a los muertos: Miccailhuitontli o Fiesta de los Muertecitos, conmemorada en el noveno mes, equivalente al mes de agosto en el calendario gregoriano y la Fiesta Grande de los Muertos, celebrada al mes siguiente.
Los indígenas concebían a la vida y la muerte como un concepto dialéctico. De acuerdo con fray Bernardino de Sahagún, los antiguos decían que cuando morían no perecían, sino que de nuevo comenzaban a vivir. La muerte era parte de un ciclo constante.
Del mismo modo concebían a la siembra: un ciclo en el que debían cosechar los frutos para volver a sembrar. Temían que durante estos meses la siembra muriera pues era un tiempo de transición entre la sequía y la abundancia. El final del ciclo del maíz. En la mayoría de las regiones mexicanas este es el momento de la cosecha. Para continuar el ciclo, se buscaba compartir con los ancestros el fruto de la siembra. Era un ritual de vida y muerte en el que presentaban sacrificios y ofrendas (por lo general cacao, dinero, cera, aves, frutas) para que la sementera creciera nuevamente.
De acuerdo con el sociólogo y antropólogo José Eric Mendoza Luján, más tarde, durante los años de conquista cambiaron las fechas para aparentar que celebraban las tradiciones cristianas en el mes de las ánimas –del mismo modo que rezaban a figuras religiosas católicas que tenían sus iglesias sobre templos ceremoniales indígenas–. Más de 40 grupos indígenas, que superan los seis millones de personas, sostienen rituales asociados a esta celebración, según datos de la Secretaría de Cultura.
Después de la pandemia de cólera en 1833, dice la historiadora Elsa Malvido, los cadáveres debieron enterrarse en espacios abiertos, alejados de la población donde los muertos no pudieran contagiar a los vivos.
La dualidad y el sincretismo entre las tradiciones indígenas y católicas hicieron que la idea de venerar reliquias y orarles, se transformara en adorar a sus antepasados. Los cementerios transmutaron a un sitio ritual donde la convivencia ocurría y las tumbas se convirtieron en las nuevas reliquias durante el día DÍA DE MUERTOS
Los mexicanos esperan el Día de Muertos año con año. Papel picado, flores de cempasúchil, calaveras de chocolate y azúcar, pan de muerto, agua, sal, veladoras y los alimentos favoritos de sus antepasados, llenan altares en casas y espacios públicos con el único objetivo de recordarlos y “recibirlos” en su regreso para compartir con los vivos.
De acuerdo con las costumbres y creencias de la población mexicana, el 1 de noviembre se recuerdan a los niños fallecidos y el 2 a los adultos; además, en algunas regiones el 28 de octubre se rememora a aquellos que murieron por accidente o de manera trágica y el 30 de octubre a las almas de aquellos que murieron sin ser bautizados y permanecen en el limbo.
El 7 de noviembre de 2003, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) declaró el Día de Muertos en las comunidades indígenas mexicanas Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad y aunque muchos consideran que el pasado prehispánico influyó en demasía en la tradición del Día de Muertos; en realidad esta celebración es un ejemplo del sincretismo latente entre la cultura hispana y prehispánica.
El 1 de noviembre también se conoce como el Día de Todos los Santos y el 2 de noviembre como el de los Fieles Difuntos. De acuerdo con la historiadora Elsa Malvido, la celebración de Todos los Santos fue promovida por el abad de Cluny en el siglo XI con el objetivo de conmemorar a los Macabeos. Más tarde la iglesia romana adoptó la fecha y se mantuvo vigente.
En esta celebración, iglesias y conventos exhibían reliquias, restos y tesoros a los que los creyentes les ofrendaban oraciones para obtener el perdón y evitar su entrada al infierno.
En lugares como Castilla, Aragón y León se preparaban alimentos con forma de los huesos, cráneos y esqueletos y estos se llevaban a la iglesia donde se veneraba a dicho santo. Más tarde, en las casas se colocaba la imagen del ofrendado y la ‘mesa del santo’ que servía como repositorio y se adornaba con dulces y pan. El objetivo era que esta ofrenda santificara las casas. Los devotos y fieles cambiaron los largos peregrinajes a zonas sagradas por este ritual.
El Día de los Fieles Difuntos se dedicó a las almas que estaban en el purgatorio y que solo podían salir de él gracias a las oraciones de los devotos. De este modo, 1 y 2 de noviembre se convirtieron en las fechas ideales para pedir perdón, orar y ayudar a los difuntos. Esta tradición llegó a América con el arribo de los españoles y para realizar la exhibición de objetos santos, tuvieron que trasladar dichos artefactos desde Roma hasta el puerto de Veracruz.
De acuerdo con Fray Diego Durán, existen dos rituales nahuas dedicados a los muertos: Miccailhuitontli o Fiesta de los Muertecitos, conmemorada en el noveno mes, equivalente al mes de agosto en el calendario gregoriano y la Fiesta Grande de los Muertos, celebrada al mes siguiente.
Los indígenas concebían a la vida y la muerte como un concepto dialéctico. De acuerdo con fray Bernardino de Sahagún, los antiguos decían que cuando morían no perecían, sino que de nuevo comenzaban a vivir. La muerte era parte de un ciclo constante.
Del mismo modo concebían a la siembra: un ciclo en el que debían cosechar los frutos para volver a sembrar. Temían que durante estos meses la siembra muriera pues era un tiempo de transición entre la sequía y la abundancia. El final del ciclo del maíz. En la mayoría de las regiones mexicanas este es el momento de la cosecha. Para continuar el ciclo, se buscaba compartir con los ancestros el fruto de la siembra. Era un ritual de vida y muerte en el que presentaban sacrificios y ofrendas (por lo general cacao, dinero, cera, aves, frutas) para que la sementera creciera nuevamente.
De acuerdo con el sociólogo y antropólogo José Eric Mendoza Luján, más tarde, durante los años de conquista cambiaron las fechas para aparentar que celebraban las tradiciones cristianas en el mes de las ánimas –del mismo modo que rezaban a figuras religiosas católicas que tenían sus iglesias sobre templos ceremoniales indígenas–. Más de 40 grupos indígenas, que superan los seis millones de personas, sostienen rituales asociados a esta celebración, según datos de la Secretaría de Cultura.
Después de la pandemia de cólera en 1833, dice la historiadora Elsa Malvido, los cadáveres debieron enterrarse en espacios abiertos, alejados de la población donde los muertos no pudieran contagiar a los vivos.
La dualidad y el sincretismo entre las tradiciones indígenas y católicas hicieron que la idea de venerar reliquias y orarles, se transformara en adorar a sus antepasados. Los cementerios transmutaron a un sitio ritual donde la convivencia ocurría y las tumbas se convirtieron en las nuevas reliquias durante el día de Todos los Santos.
Adornos, ofrendas y flores en las lápidas se unieron con el hambre de aquellos que iban a visitar a los muertos; puesto que después de su peregrinar, con mucha hambre, comían y bebían mientras convivían con la ofrenda y sus muertos.
Con mucho más ahínco en regiones centro y sur del país, el Día de Muertos es una tradición profunda y un hecho social representativo. Los pobladores, además de encontrarse con la muerte, hacen comunión con los vivos.de Todos los Santos.
Adornos, ofrendas y flores en las lápidas se unieron con el hambre de aquellos que iban a visitar a los muertos; puesto que después de su peregrinar, con mucha hambre, comían y bebían mientras convivían con la ofrenda y sus muertos.
Con mucho más ahínco en regiones centro y sur del país, el Día de Muertos es una tradición profunda y un hecho social representativo. Los pobladores, además de encontrarse con la muerte, hacen comunión con los vivos.
Así es: el 12 de octubre de 1492 llegaba a América la expedición dirigida por Cristóbal Colón, pensando que en realidad desembarcaban en la India. Una aventura que comenzaba en España bajo el mandato de los Reyes Católicos y que marcaría un punto de inflexión en la historia de nuestro país. Suponía abrir una puerta a un mundo nuevo, sobre todo tras percatarse de que, de hecho, el lugar al que habían llegado era una tierra nueva para ellos y no el lugar en el que esperaba desembarcar.
De ahí que se suela hacer referencia a ello como el ‘descubrimiento de América’, un término que con el tiempo ha ido perdiendo las connotaciones positivas y se ha ido impregnando de las más negativas. Sobre todo a raíz de los sucesos acaecidos en los años posteriores, con la colonización de la tierra por parte de los europeos y las barbaridades y tropelías cometidas contra los nativos de estas tierras.
Más allá de su carga histórica, esta es una fecha importante, como hemos señalado antes, pero que no fue considerada Fiesta Nacional hasta 1892, bajo la regencia de María Cristina. A petición del presidente, Cánovas del Castillo, y como conmemoración del desembarco en América, se promulgó un Real Decreto que reconocía la importancia de esta fecha y daba comienzo a las celebraciones en honor del IV centenario del viaje de Colón.
Este día, comúnmente conocido como Día de la Hispanidad, en realidad recibe el nombre oficial de Día de la Fiesta Nacional de España desde que en 1987 así quedara recogido por la ley en la que se explican los motivos para que el 12 de octubre coincida con la Fiesta Nacional.
“La fecha elegida, el 12 de octubre, simboliza la efeméride histórica en la que España, a punto de concluir un proceso de construcción del Estado a partir de nuestra pluralidad cultural y política, y la integración de los reinos de España en una misma monarquía, inicia un período de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos”, explica la ley.
Su nombre ha ido variando a lo largo del tiempo; por ejemplo, en 1958 un decreto de la Presidencia del Gobierno estableció que se llamara Día de la Hispanidad, regulándolo por vez primera. En un decreto posterior, de 1981, se hacía referencia a él como Día de la Fiesta Nacional de España y Día de la Hispanidad. Antes de esto también se hacía referencia al 12 de octubre como Día de la Raza, como todavía se denomina a este día en algunos países de Sudamérica. En lugares como Honduras todavía se emplea esta denominación, pero lo más habitual es que, como en el caso de España, su nombre haya ido cambiando con el tiempo.
Esta celebración también coincide con la Virgen del Pilar (de ahí que se le llame puente del Pilar) y la de Guadalupe, patrona de Extremadura y coronada como Reina de la Hispanidad por Alfonso XIII. Ahora se conmemora, como ya hemos explicado antes, con un desfile militar, con representación de las diversas unidades y ejércitos de las Fuerzas Armadas, la patrulla acrobática del Ejército del Aire y también con la presencia de la Legión.
Busca “realzar en lo posible la Fiesta Nacional de España y buscar la integración de los elementos históricos y culturales que componen la nación española”, tal y como reza el Real Decreto de 1997 que regulaba por ley el desfile militar. Un día importante para los españoles y que se celebra por todo lo alto.
Dos años después del estallido del movimiento popular de oposición al régimen militar argelino, conocido como Hirak, las mujeres se mantienen como una de las principales lanzas del mismo, convencidas de que no habrá transformación verdadera ni democracia plena sin igualdad.
El Hirak comenzó el 22 de febrero de 2019 como movimiento de protesta contra la intención del círculo próximo al entonces presidente Abdelaziz Bouteflika de que éste optara a un quinto mandato consecutivo pese a la enfermedad que le incapacitaba desde 2013.
Conseguido ese objetivo en abril, las manifestaciones semanales prosiguieron cada martes y viernes para exigir la caída del régimen militar que domina desde la independencia de Francia en 1962, hasta que las medidas sanitarias para contener la pandemia de la Covid-19 ayudaron a frenar una movilización callejera que se había tratado de reprimir por otros medios.
Entretanto, el régimen celebró elecciones presidenciales en diciembre de 2019 en las que resultó elegido el exprimir ministro Abdelmedjid Tebboune, considerado un hombre del aparato, con la tasa de abstención más alta de la historia de Argelia, superior al 60 %.
Arrinconadas en el espacio familiar, víctimas en muchos casos de la violencia machista, alejadas de los puestos de responsabilidad política y empresarial por un techo de cristal con las características de un rascacielos, mujeres como Amel Hadjadj observaron en el “Hirak” la oportunidad para reivindicar la igualdad.
«La mujer tiene el mismo papel que el hombre en el Hirak, luchamos contra el mismo sistema excepto que nuestro combate es una doble pelea. En este sistema hay componentes del patriarcado y una sociedad que discrimina a las mujeres, y contra eso también luchamos», explica Hadjadj, líder de «Carré feministe”, un tentáculo del Hirak.
Originaria de la ciudad de Constancia, activista desde su adolescencia, Hadjadj recibe a Efe en su casa en la parte alta de la bahía de Argel, siempre bajo la atenta mirada de la Policía secreta, que vigila el movimiento desde sus inicios.
«El combate de la mujer es doble; luchamos por la democracia, pero una democracia sin igualdad y los derechos de la mujer no tiene sentido. Por eso, la participación de la mujer es muy necesaria, sea feminista o no. El objetivo es luchar para el cambio. La democracia no significa nada si declinamos o dejamos derechos de la mujer para más tarde«, insiste.
Sin embargo, no todas las mujeres parecen estar en el mismo barco o entienden la lucha de la misma manera, como quedó patente en la manifestación del 8 de marzo de 2019, en pleno Hirak, en el que los eslóganes entraron en conflicto.
Algunas organizaciones instaron a las mujeres a tomar las calles “para apoyar a los hombres”, llamamiento que molestó a las feministas, que insistían en que había que tener una voz propia en el marco del movimiento como ciudadanas “completas que reclaman mismas cosas”.
«Nos quieren solo como una fuerza extra», se queja Hadjadj antes de insistir en que «no salimos a apoyar a los hombres en Hirak, sino porque también somos ciudadanas preocupadas por este sistema. Como feministas, nuestra reflexión era que había llegado el momento de repolitizar el 8 de marzo para devolverle su significado», afirma.
El interés de las feministas entró enseguida en conflicto con otros de los muchos grupos que integran el Hirak, un movimiento heterogéneo, sin un liderazgo dominante.
Muchos las consideraron “intrusas” y fueron incluso objeto de insultos y agresiones tanto por parte de la policía como de algunos grupos de manifestantes en las marchas que se sucedieron de forma regular desde febrero de 2019 a marzo de 2020.
«Era muy importante para nosotros organizarnos. Nos resistimos a que digan que no es el momento, que no es nuestro lucha. Si hablamos del derecho de los argelinos a un sistema en el que haya igualdad en el trabajo, entre la ciudadanía, no puede ser que se diga que (estas reivindicaciones) choquen con las de las mujeres”, señala Hadjadj.
«Para lograr la igualdad hay que hacer todavía muchas cosas. No podemos participar en las reivindicaciones y al final encontrarnos arrinconadas como ocurrió con las muyahidat (combatientes de la guerra de la independencia)», agregó.
A este respecto, Hadjadj coincide con otras activistas del feminismo argelino en que el Hirak es un movimiento aún muy vivo, en evolución constante, que «sigue buscando su proyecto de sociedad, su mecanismo de cambio”.
“Una revolución no se consigue en un año sino en varios. Claro que ha habido avances, los espacios públicos fueron conquistados por las argelinas. Para el movimiento feminista fue muy importante porque mucha gente se unió a la causa feminista, se interesó en el sufrimiento de las mujeres. Es un logro, un paso adelante que consolidará las luchas por la igualdad«, concluye.