viernes, 6 de junio de 2025

EL CANARIO Y EL COLIRBI SE ENCUENTRAN

 


  Mucasi mucasi un colibrí cuyas alas de vivos colores llamaba la atención de todo aquel con quien se cruzaba. Por su fisonomía  despertaba extrañeza y muchas preguntas. Se preguntaban qué clase de ave sería, dado que por el pico se asemejaba a un colibrí, pero sus alas eran demasiado grandes,  no podía proceder de América. Alimentaba en ocasiones miedo ya que lo consideraban portador de malos augurios para unos y otros en cambio decían que portaba mensajes de los que se habían ido ya de este mundo. Nuestro colibrí volaba entre aquellos humanos ajeno a sus juicios y en aquel batir de alas frenético, y entre aquel incesante ir y venir tuvo muchos encuentros muy diversos.

En sus vuelos trazó rumbo al sur en busca de calor y migró. La ruta no era fácil, habían desaparecido aquellos árboles centenarios, castaños frondosos que al comienzo del verano le habían alimentado para tomar fuerzas antes de cruzar la cordillera cantábrica. Aquella barrera de los montes había sido el cementerio donde habían muerto muchos de sus antepasados. Cuando se aproximaba a aquellas tierras se sentía inquieto, muy nervioso porque se apoderaba de su pensamiento el eco de aquellos recuerdos que en su familia se narraban en las noches en que el frío los obligaba a permanecer muy juntos, para no desperdiciar el calor de sus cuerpos unidos. Historias  que seguían palpitando en su corazón, en las que se contaban los ataques sufridos por cazadores de especies exóticas, las mutilaciones sufridas por los peligros del hielo, la muerte al caer en esas telas de araña en que se ovillaban como si fuesen gusanos de seda y sin batir las alas, sin volar morían de hambre y sed. 

En medio de aquel zumbido interno se quedó paralizado al ver que bajo un rosal, una niña de ocho años escarbaba en la tierra. Mientras a su lado, en una jaula, el canario muerto, patas arriba aguardaba para ser enterrado en aquel agujero profundo, en el que con jaula incluida iba a sepultar a un canario ya muy viejo.  El colibrí se quedó suspendido en el aire y contempló aquella escena, desde detrás de la rama de un roble que en la curva del camino estaba empezando a echar hojas. Vio como la niña terminaba de tapar el agujero  con tierra tras meter la jaula dentro con el canario. Colocaba flores silvestres que había recogido en la subida, hasta aquel enclave desde el que se podía contemplar todo el valle. Valle en el que retumbaban las sirenas,  y el aire estaba impregnado de un polvillo negro.  Con lágrimas en los ojos se quedó en silencio un rato y luego empezó a recitar unos versos Entre aquella música que contenían por sus rimas escuchó un canto a su lado y al  girarse vio al canario desperezarse a su lado. El colibrí se sorprendió pero lo saludó.

-           ¿Qué tal estás?

-           Aún estoy mareado, algo aturdido. No sé ni dónde estoy . ¿Qué ha pasado? Salimos  del pozo una vez más no?

-           ¿De qué pozo hablas?

-           Pues del de la mina. Espera a ver, no veo que esta vez ya no pudo ser. No escuchas la sirena que no para. Esta vez no llegamos a tiempo. No oyes los gritos de las mujeres y el silencio de los hombres. Esta vez se nos trago el pozo.

-           ¿De qué pozo hablas?

-           De cual va a ser,  del de  la mina. Yo soy un canario minero  ¿y tú?

-           Yo soy un colibrí que está de paso. Me voy a buscar un clima más favorable, aquí no hay flores como las orquídeas de mi casa. Extraño tanto aquellas flores, su néctar vibrante, colorista… el calor… La campana del templo y el olor del incienso que queman cada día, desde la salida del sol a su puesta. Aquí no se ven a esos humanos danzar con el viento, trazar con agua en el suelo esas palabras que repiten una y otra vez mientras cuentan la historia de cada trazo dándole otra dimensión a cada ideograma.

-           Pero ¿de dónde eres? Yo creía que los colibrís estaban en América. Pero eso de lo que hablas no lo escuché nunca. Los colibríes son más pequeños.

-           Yo nací en un jardín tropical que cuidaba un monje en un templo en Asia, en la ruta de la seda. Soy un migrante, además ¿no sabes que somos de las aves más antiguas de este planeta? Hemos tenido que ir adaptándonos a distintas condiciones, y mi familia viene de una rama distinta de la americana. Emigramos hace muchas generaciones y en la zona tropical de donde vengo hay alimento en abundancia.

-           Tus alas son fuertes, las mías en cambio son cortas y hemos perfeccionado el canto, cantamos.

-           ¿Para qué?

-           Para salvar a los mineros de los peligros del gas que los envenena en el interior del pozo, bajo tierra.

-           ¿Bajo tierra?

-           Sí bajo tierra, muy abajo el minero pica y pica el carbón. Y cuando sale el grisú empiezo a sentirlo, a inquietarme, mi canto les avisa y salimos del pozo juntos.

-           ¿No vuelas?

-           Vivimos en estas jaulas que no nos dejan mucho espacio.

-           Y ¿por qué no te dejan la puerta abierta de la jaula para escapar tú?

-           Ya no sabemos salir, ya no sabemos volar con tu fuerza. Nacemos en cautividad, para servirles y por lo que veo,  esta última vez no me sacaron a tiempo de recuperarme.

-           ¿Esa niña es quién te cuidaba?

-           Sí, ella limpiaba mi jaula cada mañana, me daba el agua y el alpiste, alguna hoja de lechuga fresca. Sonreía cuando cantaba porque se iba a la escuela contenta, memorizaba poemas que una Gloria Fuertes que me recitaba.

-           Ella sí que extrañará tu ausencia y los mineros.

-           Ellos no, ellos me sustituirán por una máquina. El progreso lo llaman.

 

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