En sus vuelos trazó rumbo al sur
en busca de calor y migró. La ruta no era fácil, habían desaparecido aquellos
árboles centenarios, castaños frondosos que al comienzo del verano le habían
alimentado para tomar fuerzas antes de cruzar la cordillera cantábrica. Aquella
barrera de los montes había sido el cementerio donde habían muerto muchos de
sus antepasados. Cuando se aproximaba a aquellas tierras se sentía inquieto,
muy nervioso porque se apoderaba de su pensamiento el eco de aquellos recuerdos
que en su familia se narraban en las noches en que el frío los obligaba a
permanecer muy juntos, para no desperdiciar el calor de sus cuerpos unidos.
Historias que seguían palpitando en su
corazón, en las que se contaban los ataques sufridos por cazadores de especies
exóticas, las mutilaciones sufridas por los peligros del hielo, la muerte al
caer en esas telas de araña en que se ovillaban como si fuesen gusanos de seda
y sin batir las alas, sin volar morían de hambre y sed.
En medio de aquel zumbido interno
se quedó paralizado al ver que bajo un rosal, una niña de ocho años escarbaba
en la tierra. Mientras a su lado, en una jaula, el canario muerto, patas arriba
aguardaba para ser enterrado en aquel agujero profundo, en el que con jaula incluida
iba a sepultar a un canario ya muy viejo.
El colibrí se quedó suspendido en el aire y contempló aquella escena,
desde detrás de la rama de un roble que en la curva del camino estaba empezando
a echar hojas. Vio como la niña terminaba de tapar el agujero con tierra tras meter la jaula dentro con el
canario. Colocaba flores silvestres que había recogido en la subida, hasta
aquel enclave desde el que se podía contemplar todo el valle. Valle en el que
retumbaban las sirenas, y el aire estaba
impregnado de un polvillo negro. Con
lágrimas en los ojos se quedó en silencio un rato y luego empezó a recitar unos
versos Entre aquella música que contenían por sus rimas escuchó un canto a su
lado y al girarse vio al canario
desperezarse a su lado. El colibrí se sorprendió pero lo saludó.
-
¿Qué tal estás?
-
Aún estoy mareado, algo aturdido. No sé ni dónde
estoy . ¿Qué ha pasado? Salimos del pozo
una vez más no?
-
¿De qué pozo hablas?
-
Pues del de la mina. Espera a ver, no veo que
esta vez ya no pudo ser. No escuchas la sirena que no para. Esta vez no llegamos
a tiempo. No oyes los gritos de las mujeres y el silencio de los hombres. Esta
vez se nos trago el pozo.
-
¿De qué pozo hablas?
-
De cual va a ser, del de la mina. Yo soy un canario minero ¿y tú?
-
Yo soy un colibrí que está de paso. Me voy a
buscar un clima más favorable, aquí no hay flores como las orquídeas de mi
casa. Extraño tanto aquellas flores, su néctar vibrante, colorista… el calor…
La campana del templo y el olor del incienso que queman cada día, desde la
salida del sol a su puesta. Aquí no se ven a esos humanos danzar con el viento,
trazar con agua en el suelo esas palabras que repiten una y otra vez mientras
cuentan la historia de cada trazo dándole otra dimensión a cada ideograma.
-
Pero ¿de dónde eres? Yo creía que los colibrís
estaban en América. Pero eso de lo que hablas no lo escuché nunca. Los
colibríes son más pequeños.
-
Yo nací en un jardín tropical que cuidaba un
monje en un templo en Asia, en la ruta de la seda. Soy un migrante, además ¿no
sabes que somos de las aves más antiguas de este planeta? Hemos tenido que ir
adaptándonos a distintas condiciones, y mi familia viene de una rama distinta
de la americana. Emigramos hace muchas generaciones y en la zona tropical de
donde vengo hay alimento en abundancia.
-
Tus alas son fuertes, las mías en cambio son
cortas y hemos perfeccionado el canto, cantamos.
-
¿Para qué?
-
Para salvar a los mineros de los peligros del
gas que los envenena en el interior del pozo, bajo tierra.
-
¿Bajo tierra?
-
Sí bajo tierra, muy abajo el minero pica y pica
el carbón. Y cuando sale el grisú empiezo a sentirlo, a inquietarme, mi canto
les avisa y salimos del pozo juntos.
-
¿No vuelas?
-
Vivimos en estas jaulas que no nos dejan mucho
espacio.
-
Y ¿por qué no te dejan la puerta abierta de la
jaula para escapar tú?
-
Ya no sabemos salir, ya no sabemos volar con tu
fuerza. Nacemos en cautividad, para servirles y por lo que veo, esta última vez no me sacaron a tiempo de
recuperarme.
-
¿Esa niña es quién te cuidaba?
-
Sí, ella limpiaba mi jaula cada mañana, me daba
el agua y el alpiste, alguna hoja de lechuga fresca. Sonreía cuando cantaba
porque se iba a la escuela contenta, memorizaba poemas que una Gloria Fuertes
que me recitaba.
-
Ella sí que extrañará tu ausencia y los mineros.
-
Ellos no, ellos me sustituirán por una máquina.
El progreso lo llaman.
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